Quien ama se
inventa un mundo y se reinventa a sí mismo.
Y, a la larga, todo el secreto del amor consiste en ir haciendo de esas
ficciones linternas reales con las que alumbrar los días. Luis Landero lo contó
muy bien en Los juegos de la edad tardía donde Gil, un gris viajante de
comercio, se enamora de Faroni, un personaje inexistente inventado por el no
menos gris Gregorio, y ese amor acaba por desahuciarles a todos de sus propias
existencias. Ignoro si Landero conocía la historia de Georgina Hübner, pero yo
no puedo dejar de pensar en Faroni cuando pronuncio el nombre de esta mujer, el
amor imposible de Juan Ramón Jiménez.
Todo empezó a
principios del siglo XX. Juan Ramón acababa de cumplir los veintitrés años y de
publicar su quinto poemario. Cinco libros como cinco aldabonazos en el cielo. O
eso, al menos, era lo que pensaban sus admiradores de entonces. Entre ellos,
dos jóvenes limeños, Carlos Rodríguez Hübner y José Gálvez Barrenechea, a
quienes encontrar en Perú las obras de JRJ
no les resultaba ni fácil ni barato. Y decidieron hacer algo al
respecto.
Inventaron un
personaje, Georgina Hübner. La esculpieron culta, sensible, literaria,
quebradiza de salud e incondicional de sus versos. Y, durante un tiempo, se
dedicó a escribirle a nuestro poeta largas cartas de una sincera y arrobada
admiración. El poeta, claro, se enamoró al instante. Le enviaba no sólo sus
libros con rutilantes dedicatorias, sino cartas encendidas a las que Georgina
respondía puntual y amorosamente.